por Martín Balza
Nuestro país vivió hace casi medio siglo una década signada por la violencia, el mesianismo y la ideología. En ese contexto, el 24 de marzo de 1976 se consumó el último golpe de Estado cívico-militar del siglo XX. No fue similar a los cinco anteriores. A sus secuelas se refieren estas palabras. Fue el más organizado, previsible y anunciado de todos. Con él se inició el más funesto y degradante período de nuestra historia. La asunción de funciones de gobierno y el fascismo criollo llegaron al paroxismo para oponerse –según uno de los mentores del mismo, el entonces general Genaro Díaz Bessone- a una teoría conspirativa del comunismo internacional que lideraba una supuesta Tercera Guerra Mundial, un total dislate.
El terrorismo contra el Estado, iniciado a fines de los años ’60 por las organizaciones armadas irregulares, no se detuvo ni siquiera en el breve interregno constitucional de 1973/1976. Debilitadas y reducidas sensiblemente en su capacidad operativa, bien podrían haber continuado siendo combatidas por las Fuerzas de Seguridad y Policiales, que no habían sido sobrepasadas y habrían podido terminar con tal flagelo. Sin embargo se optó, una vez más, por agredir el orden constitucional con la anuencia de gran parte de sectores políticos, empresariales, sindicales, mediáticos y militares, entre otros. Se instrumentó un sistema de destrucción de las distintas áreas del Estado, y un perverso y clandestino terrorismo de Estado que respondía principalmente a procedimientos represivos inspirados en una atroz Doctrina Francesa, que había fracasado en Indochina en 1954 y en Argelia en 1962. No fue ajena a ello la Doctrina de la Seguridad Nacional impulsada por los Estados Unidos para Latinoamérica.
Se privatizó la represión, incluyendo el accionar del “clandestino contra el clandestino”. El país se dividió en cinco zonas, en que cada jefe —tardíos “señores” feudales— tenía autonomía, dominio del hecho y poder total de decisión. Los principales eran: los generales Santiago Riveros, Cristino Nicolaides, Leopoldo Galtieri, Carlos Suárez Mason, Luciano Menéndez, Antonio Bussi, Reynaldo Bignone, Albano Harguindeguy y el citado Díaz Bessone. El entonces almirante Emilio Eduardo Massera, con la Armada, operó en forma totalmente autónoma. Todos evidenciaron signos patológicos y una desvalorización moral y antropológica por la frialdad con que justificaron sus crímenes. Pero las declaraciones de Bignone, Harguindeguy y Díaz Bessone a la periodista y escritora francesa Marie-Monique Robin constituyen un hecho notable que tuvo gran repercusión en la prensa nacional e internacional a partir del 3 de septiembre de 2003, en su documental televisivo y en su libro “Escuadrones de la muerte: la escuela francesa”: reconocieron públicamente la comisión de crímenes de lesa humanidad. Todos ellos constituyen el símbolo de un cruel sistema de impunidad e ilegalidad.
Se vieron favorecidos por quien encabezaba la dictadura, el entonces general Jorge Rafael Videla, que se caracterizaba, entre otras cosas, por su falta de carácter y firmeza en el ejercicio del mando y carencia de liderazgo. El plan de la dictadura era la eliminación de todos aquellos que el gobierno consideraba “irrecuperables”, e incluía a: obreros, estudiantes, empleados, docentes, políticos, sindicalistas, periodistas, diplomáticos, religiosos, algunos deportistas y militares, sin reparar en adolescentes, mujeres y ancianos. Una acriollada Untermenschen. Obraron cometiendo deleznables crímenes: desaparición forzada de personas, asesinatos, torturas, robo de bebés, saqueos y robo de propiedades, y privaciones ilegítimas de la libertad.
Sectores facciosos, marginales y minoritarios de las distintas fuerzas se colocaron en una dimensión moral peor a la de las organizaciones armadas irregulares que reprimían, porque ellos actuaban en nombre del Estado, y no debían convertir a éste en criminal, sino resguardar a la sociedad ejerciendo el monopolio legal de la fuerza, en lugar de actuar sobre ella como un ejército de ocupación. Ninguno de ellos expresó el más mínimo arrepentimiento. Con claridad, lo sintetiza René Balestra: “Una cosa es una banda de criminales, y otra cosa es que el Estado se convierta en criminal. La responsabilidad del Estado es más grave. Todo ello ha quedado como epítome de la atrocidad en la Argentina.
El 25 de abril de 1995, en mi carácter de Jefe del Ejército, en un mensaje institucional, expresé: “Que algunos miembros de la Fuerza deshonraran el uniforme que no eran dignos de vestir no invalida en absoluto el desempeño correcto y abnegado de casi la totalidad de sus hombres”.Ese mensaje contribuyó a la definitiva inserción de las Fuerzas Armadas en la democracia y para concretar algo largamente postergado: un sentido pedido de perdón institucional por la responsabilidad del pasado. Nos guio un imperativo ético y nunca un cálculo de consecuencias. Hay que interpretarlo con la hermenéutica de entonces.
Desde hace tres décadas no puede objetarse la subordinación total de las Fuerzas Armadas al poder civil, y su respeto a las instituciones republicanas. Todos sus miembros han contribuido a superar las paredes de indiferencia y odio. No es un dato menor recordar que los actuales oficiales y suboficiales egresaron de los Institutos Militares en plena democracia.
El mensaje de 1995 también recalca: “De poco serviría un mínimo sinceramiento si al empeñarnos en revisar el pasado no aprendiéramos para no repetirlo NUNCA MÁS en el futuro”. Viene hoy a mi memoria una expresión del reconocido político alemán Herbert E.K. Frahm, más conocido como Willy Brandt: “El futuro no va a ser dominado por aquellos que están atrapados en el pasado”. Parafraseándolo, a ese pasado debemos superarlo en el marco de la verdad y la justicia, sin odio ni rencor, que no es olvido, porque según el genial Jorge Luis Borges: El mayor defecto del olvido a veces incluye la memoria”. Avancemos en ese sentido pero comprendiendo a quienes han sufrido la pérdida de sus seres queridos, recordando a Lord Byron: “El recuerdo del dolor todavía es dolor”.
(*): Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.